Jorge Nagore
- Viernes, 26 de Abril de 2013
la semana pasada anduve
tres días de acompañante en el CHN. Al ser fumador, calculo que subí y
bajé las escaleras unas 300 veces, fruto de lo cual tengo los gemelos
como lápidas, aunque
afortunadamente esas sillas en las que duermen los
acompañantes te masajean tan bien el resto del cuerpo que ni notas el
dolor de los gemelos. Pero yo les quería hablar de la comida, con
perdón. El ingreso no era de riesgo, inicialmente, y como todo fue bien
aunque el tute fuera fino -para ella-, le tocó la denominada dieta basal. Yo al principio no entendía lo de basal, pero al final caí: bas al bar de abajo y súbele algo. La primera noche le trajeron cena y al día siguiente el personal alucinaba de que le hubiesen traído cena tan tarde: lo normal es que se hubiese quedado sin cenar.
Ni la probó: bocata de tortilla de patata de abajo. Los desayunos
llegaban a las 9, cuando las cenas las servían a las 20.00. Para las 9,
obviamente yo ya había subido comida como para alimentar a media planta,
porque 13 horas entre comida y comida si necesitas energía no es un
plazo muy normal. Como tenemos mucha suerte y cuatro billetes pequeños,
se puede hacer. El que no pueda, a joderse. Un día le trajeron un
pescado que ya estaba seco cuando Amundsen llegó al Polo Sur. Otro un
redondo que efectivamente era redondo, era una circunferencia. La pasta
carbonara la habrían hervido con mechero. Aunque la estrella fueron los Garbanzos en suspensión.
Venían con gafas de bucear, aletas y arpón. Te metías dentro de aquel
caldo y si cazabas un garbanzo te regalaban un pulpo. Nos fuimos a casa
muy contentos, el del bar nos besó y en la puerta me di puto asco de mí
mismo pensando en quien no tiene tanta suerte. ¡Qué vergüenza lo que
habéis hecho! Y dicen que ya no hay clases: ¡siempr
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